Comer con atención plena puede beneficiar a nuestra vida espiritual y nuestra salud física.
Con esta práctica permitimos que nuestro cuerpo y mente esten unidos y a gusto mientras comemos.
No te apresures en terminar, disfruta de cada bocado con conciencia.
Llegamos a ser conscientes de la lluvia, el sol y la verde tierra solo con masticar lentamente.
Miramos con agradecimiento que tenemos que comer y agradecemos a la tierra por haberse manifestado en tan delicioso y nutritivo alimento.
Si estamos comiendo acompañados, podemos mirar el uno al otro de vez en cuando con compasión y una sonrisa. Nos tomamos tiempo para disfrutar de nuestra comida como comunidad, como un familia.
En los centros de práctica, esperamos a toda la comunidad a ser servida antes de la primera campanada, luego cada asistente es invitado tres veces para empezar a comer. Los primeros 20 minutos comemos en silencio. Después de un doble sonido de la campana podemos conversar o servir más comida.
Al terminar la comida, nos tomamos un momento para notar que hemos terminado, nuestra taza está vacía y el hambre está satisfecha. La gratitud nos llena y nos damos cuenta de lo afortunados que somos de haber tenido esta comida nutritiva para comer, apoyándonos en el camino del amor y la comprensión.
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